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HUMILDEMENTE OS SALUDA UN AMIGO:

MIGUEL ÁNGEL ROJAS


ENTRADAS

ESCRITOS Y ENTRADAS

domingo, 18 de enero de 2015

NUNCA LE DI ESA BOFETÁ

 Aunque nadie lo ande predicando, ésta plaza lo sabe, ésta plaza lo habla, ésta plaza me juzga, ésta plaza cada vez que me asomo me mira con recelo o sencillamente ni me mira, alardeando de un clamoroso desinterés hacia mi persona. Los que me juzgan a mi espalda, los que me vuelven la cara y no me miran, los que escucharon algo sin sentido. Todos, sin ni siquiera ver lo que cuentan y sin dudarlo ni un instante, comienzan a llevarlo de esquina en esquina sin importarles que piense.
Ahora que todos dicen y murmuran lo mismo, me niego rotundamente a creer que eso ocurriera, ni quiero pensar que en mi mano estuviera parte de esa maldición y mucho menos que lo hiciera de mi propia voluntad. La culpa no la tiene esta plaza, ni esta sabia ciudad, ni el gentío que la ocupa. La culpa la tuvo un tal Pedro, que fue el primero en contar lo que le vino en gana. Siempre creyeron lo que él contó, permaneciendo sus escrituras desde tiempos remotos hasta nuestros días. Donde describió el momento que mi sumo sacerdote estuvo preguntando a Jesús, mientras él contestaba lo que le parecía, éste Pedro, de esa misma manera escribió que una de las contestaciones fue recibida por una bofetada de un sayón, respondiendo Jesús: si he hablado mal, testifica que esta mal; y si bien, ¿Por qué me golpeas?
 No cabe duda, que ésta, sea una de las cuestiones para que me marcase de por vida, ocupando desde siempre el lado de los protervos, ni siquiera me dieron la oportunidad de expresarme para poder contar mi versión, de lo que pasó, o no pasó, a cualquier oído desorientado, a cualquier mente que dudase del Joven profeta; en fin, a cualquiera que me ayudase a sacarme este maldito tormento que tengo en mi interior.
Hace ya bastantes décadas que mi creador optó por ofrecer su sabiduría al pueblo sevillano plasmando una bellísima imagen de nuestro Señor, un tribunal portentoso y como no podía ser de otra manera, gastó toda su rabia, su amargura, e incluso su maldad para sacar con su gubia una mirada desafiante en mi rostro, un mal gesto y una  posición transcendental. Logrando así, que todos siguieran pensando mal de mí, o quizás peor. Que nadie volviera a escucharme y que jamás dejaran de cavilar que fui yo el que contestó sus palabras con un golpe bestial y desafortunado.
Muchas son las horas que me quedé con el tribunal y Jesús a solas, en san Lorenzo, con su oscuridad y su silencio. De puertas hacia fuera todos dicen y comentan, pero los que están junto a mí, no dicen, ni comentan, solo callan. Por eso mismo ya se de sobra que nadie creerá lo que les digo.
Cuando las noches se hacen más largas, frías e intensas, cuando estoy en la más absoluta de las soledades, cuando el sol está apunto de salir y sobre todo, cuando se aproxima la primavera. Sabiendo que nunca me escucharan, si lo hacen, nunca me creerán y sabiendo que nunca tendré la cara buena del gentío de mi parte, quiero confesar a todos los que dicen y comentan, a los que me miran con recelo y a los que no saben que pasó, pretendo que sepan mi verdad. Si tanto me juzgáis, me maldecís, me recrimináis que diese esa bofetá, ¿Por qué soy el que mira al pueblo cada año y dejan al redentor de espaldas?, ¿Algunos de los que me miran con ese resquemor, se fijan en la cara que tiene nuestro divino Jesús?, ¿alguien de los que me juzga, sería capaz de hacerlo? Yo tampoco.

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